MONÓLOGO INTERIOR. Arrancamos, andando sola, acompañada de mí misma. Se oye una voz de fondo, un grito ajeno que sabe cómo hacerse eco entre mis susurros. Y sin quererlo yo lo escucho, que es como escucharte a ti porque nunca desapareciste del todo:
- Ir por la calle e ignorar el fatídico hecho de que alguien se llame como tú. No como yo, si no como tú. "Y yo te diría, no sé, que las cosas van a marchar bien" pero tanto Ismael Serrano como yo, sabemos que es mentira. Y pasar por los mismos bares en los que antes fuimos alguien... No es por agobiar, ¿eh? pero eso era antes. Antes de que el aire tornara el rumbo y nos llevase tan lejos que ni siquiera el olvido pudiera separarnos. Y esperar eternamente allí donde sé que volverás o renunciarás antes de intentarlo, como siempre me pareció. La cobardía y la pereza; tu crimen y mi castigo; Dostoievski pasado por agua y tal vez, un saludo caducado, hastiado, casi petrificado en un amago de sonrisa; perdido en un tiempo que nunca llegará. Solo aquella noche, solo con aquellas luces naranjas.
Porque esa noche también había llovido y yo me perdí en un improvisado despertar. En un momento ecléctico-eléctrico en el que todo pareció cobrar sentido de nuevo, desperté. Y tú decidiste entonces desaparecer de nuevo. Dormir sin avisar, como habías hecho siempre. Debió cogerme sobre aviso -como esas tantas veces en las que también decidiste desaparecer...- pero yo fingí sorpresa. Como si no supiera lo que iba a pasar ahora. Y si tú habías decidido tirar la toalla, no fue culpa mía (que tampoco tuya) pero no puedo nadar en contra de la corriente de las decisiones. Porque tú eres y no dejas de ser, porque estás y no, a la vez.
Ays. Al final siempre acabo hablando de ti.
Escéptico me parece todo esto. Sin remedio y con dolor.
FIN DEL MONÓLOGO INTERIOR. Tomo las llaves de casa y abro la puerta. Pero puede que esta noche tú la pases fuera.
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