viernes, 16 de noviembre de 2012

Cada rincón de tu cama tenía un hueco para mí.

MONÓLOGO INTERIOR. Arrancamos, andando sola, acompañada de mí misma. Se oye una voz de fondo, un grito ajeno que sabe cómo hacerse eco entre mis susurros. Y sin quererlo yo lo escucho, que es como escucharte a ti porque nunca desapareciste del todo:
- Ir por la calle e ignorar el fatídico hecho de que alguien se llame como tú. No como yo, si no como tú. "Y yo te diría, no sé, que las cosas van a marchar bien" pero tanto Ismael Serrano como yo, sabemos que es mentira. Y pasar por los mismos bares en los que antes fuimos alguien... No es por agobiar, ¿eh? pero eso era antes. Antes de que el aire tornara el rumbo y nos llevase tan lejos que ni siquiera el olvido pudiera separarnos. Y esperar eternamente allí donde sé que volverás o renunciarás antes de intentarlo, como siempre me pareció. La cobardía y la pereza; tu crimen y mi castigo; Dostoievski pasado por agua y tal vez, un saludo caducado, hastiado, casi petrificado en un amago de sonrisa; perdido en un tiempo que nunca llegará. Solo aquella noche, solo con aquellas luces naranjas.
Porque esa noche también había llovido y yo me perdí en un improvisado despertar. En un momento ecléctico-eléctrico en el que todo pareció cobrar sentido de nuevo, desperté. Y tú decidiste entonces desaparecer de nuevo. Dormir sin avisar, como habías hecho siempre. Debió cogerme sobre aviso -como esas tantas veces en las que también decidiste desaparecer...- pero yo fingí sorpresa. Como si no supiera lo que iba a pasar ahora. Y si tú habías decidido tirar la toalla, no fue culpa mía (que tampoco tuya) pero no puedo nadar en contra de la corriente de las decisiones. Porque tú eres y no dejas de ser, porque estás y no, a la vez.
Ays. Al final siempre acabo hablando de ti.
Escéptico me parece todo esto. Sin remedio y con dolor.
FIN DEL MONÓLOGO INTERIOR. Tomo las llaves de casa y abro la puerta. Pero puede que esta noche tú la pases fuera.

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