viernes, 14 de junio de 2013

Café y manzanilla.



Mierda. Me duele mucho el estómago. La barriga, la tripa. Lo que sea. Voy por la calle intentando andar derecha pero siento una presión dolorosa cuando intento respirar. Encima hace un calor insoportable. Menos mal que llevo un vestido largo pero vaporoso, beige. Con siluetas de golondrinas negras dibujadas. Mi favorito. Y un cinturón que ahora mismo está oprimiendo mi barriga, a reventar de comida. Me paro un momento, inspiro, espiro, inspiro, espiro… La gente de la calle me mira un poco extraño y yo hago caso omiso ¡me duele! Saco el móvil de mi bolso. Llamaré a mi madre. Ella siempre sabe qué me pasa aunque no esté aquí. Tengo las manos sudorosas, quizás por nerviosismo puro del día tan ajetreado y el móvil se resbala impactando contra el suelo. Antes de que pueda agacharme a recogerlo una mano, un tanto pálida, lo coge por mí. Internamente le agradezco el evitar que me haya doblado pues no creo que mi tripa acepte semejante grado de flexibilidad sin quejas de ningún tipo. Levanto la mirada a lo largo del brazo de la mano que me tiende el móvil y lo veo. A esa persona que creía que no volvería a ver nunca, que ya había guardado en mi memoria como grato recuerdo de unos días pseudo-felices. Él tiene mi móvil. Lo cojo sin decir nada, estoy demasiado impactada, no por él si no por mí misma, por la impresión de volverle a ver, como tantas otras veces he deseado. Él está aquí, delante de mí. Eso me lleva a preguntarme si me estaba observando de antes o ha sido solo casualidad. Que pasaba por aquí y simplemente me vio. No sé decir. Creo que está esperando a que diga algo. No creo en las casualidades.
- Gracias – murmuro, presa del nerviosismo, ya no solo por el ajetreado día sino por tenerle enfrente.
- De nada – responde en el mismo tono. Y pienso que debo seguir andando, que debo reaccionar, yo iba a algún sitio antes de cruzarme con él. Pero no puedo moverme. Él tampoco se mueve, no sé si porque está esperando a ver qué hago yo o porque no quiere. ¿Qué coño…? Parece que mi cerebro se ha quedado en modo de espera. Le observo de nuevo. Va muy guapo como siempre. Con sus pantalones vaqueros que le caen sutilmente a la altura de las caderas. Su camisa azul de lino, con algunos botones sin abrochar y su americana. Hace demasiado calor para llevar americana. ¿O yo soy la única que se está derritiendo? - ¿Quieres un café? – sus palabras rompen el silencio y solo ahí vuelvo a la realidad, vuelvo al calor no muy pegajoso de principios de junio y a mí dolor de barriga.
- ¿No hace demasiado calor para un café? – parece que estaba rechazando su proposición.
- Son las cuatro de la tarde, hora del café – musita un poco ofendido, como defendiendo sus palabras. Para la gente que le gusta el café, siempre es la hora del café. Yo asiento tímidamente porque no creo que nada coherente salga de mi boca. El dolor y la incredulidad me tienen enmudecida. En general, soy chica de pocas palabras.
Dando pocos pasos, en silencio, entramos en un bar. Aunque él tiene dibujada en la cara una extraña mueca de diversión. Algo le hace gracia. Ese bar. Siempre me había imaginado con él en un bar así. Con largos sillones y rincones apartados. Muy íntimo, con poca luz. Recogido.
- ¿Qué te apetece? – me pregunta, volviéndome de nuevo a él. A ti, me gustaría haber dicho.
- Una manzanilla – recuerdo que es lo mejor para mi estómago adolorido.
- ¿No hace demasiado calor para una manzanilla? – repite mis palabras alzando una ceja, casi burlándose. Pero casi sonriendo.
- Me duele el estómago. Supongo que eso me calmará - me señala un sillón y yo me siento. La ventana que hay a mi derecha deja ver el devenir de la gente a través de las atoradas calles de la cuidad en una calurosa tarde de pre-verano. Me sigo preguntado a dónde iba yo. Sigo sin recordarlo. Y me pierdo en el paisaje que se ve a través de las personas. Quizás estoy buscando una excusa para evadirme o quizás para volver de la evasión. Sea como fuere, él me distrae haciéndome volver al mundo real. Se sienta a mi lado, no enfrente. A mi lado. El sillón tiene las patas altas y mis pies casi no rozan el suelo. Él parece no tener problemas, es más, diría que disfruta del tacto del terciopelo verde. Pronto el camarero nos trae el pedido: manzanilla y café con leche.
Creo que sigo sin reaccionar y ambos sin decir nada. Es una situación muy extraña pero no incómoda. No sé porqué no es uno de esos silencios incómodos como el que hay en los ascensores. Sólo estamos callados. Él me señala la taza con la manzanilla y yo me lo pienso dos veces antes de beber. Humea.
- Odio el café – digo. “Sugerente revelación” escupe mi mente con sarcasmo – El café solo sirve para aparentar que los bohemios son escritores. Solo lo hace más poético
- Los escritores no componen sus obras en noches de insomnio bebiendo manzanilla. – “solo tú” parecían decir sus ojos cuando me miraron, a través de la taza blanca mientras daba un sorbo de café.
- Solo sirve para aparentar – yo desvío la mirada. No me gusta lo que veo en sus ojos. Bueno sí me gusta porque veo los míos. Es una mirada que me atraviesa.
- Me siento tentando a preguntar por qué pero no a conocer la respuesta. A mí me gusta el café. Está rico. Todo lo demás es un mito.
- Entonces nunca serás escritor - cojo su taza, medio llena, nunca medio vacía. Ya no me duele el estómago ¿será por él o por la manzanilla? Será por él. Todavía no he bebido nada. Inspiro. El olor a café un tanto dulce me embriaga. Me gusta como huele pero odio el café.
- Yo ya no podré ser escritor porque desde que te conocí no he tenido noches en vela. En todas sueño contigo y luego cuando me levanto escribo.
- No bromees. No puedes soñar conmigo. No me conoces – me río pero la risa no llega a mis ojos. Casi, ni a mi boca. Solo lo hago para relajar un poco la tensión. No me esperaba aquella última confesión. Y no me la creo.
- No, pero sueño. Imagino conocerte. Como serás más allá de las cuatro paredes donde nos conocimos – se inclina para recuperar su taza, desprendiendo el dulce aroma del café por todo el ambiente. Yo me bebo de un trago la mía, que ya no quema.
- ¿Soy tu musa? – pregunto al cabo de un rato.
- Eres mi musa de manzanilla. – alarga su mano hacia mí y con dedo delinea el contorno de una de las golondrinas del vestido. Toca mi pierna. Quizás es un contacto inocente pero viniendo de él me quema. Nos quedamos en silencio y pasan los minutos
- ¿Cómo es imaginar conocerme? – él suspira y me mira extrañado. No esperaba esa pregunta.
- Es asfixiante, agobiante, agotador. Eres un sinfín de posibilidades, de variantes donde se enfrentan lo que quiero que seas con lo que en verdad eres.
- ¿Y qué quieres que sea? – tengo la boca seca y casi no me doy cuenta de que hablo entre susurros. Poco audibles para nadie que no esté a menos veinte centímetros de mí. Como está él. ¿Cuándo nos hemos acercado tanto? El café y la manzanilla hace tiempo que se han extinguido, pero todavía huele a dulce.
- Mía – no ha dicho eso. No ha podido decirlo. Tan cerca como estamos y evito mirarle. Sonrojada. Y sigo teniendo calor. Pero ya no me duele nada. Solo parezco flotar un poco. El papel de flores beige pegado de las paredes del bar, parece esfumarse. Una extraña y compleja melodía de piano deja de sonar. Mis sentidos, receptivos, comienzan a palpar el ambiente. Le siento muy cerca, casi torturándome porque no está tan cerca como quisiera. Lo noto porque me invade su calor. No es como el calor de la calle. Es más suave. Me envuelve. Él huele a café y no me importa. Oigo su respiración muy tranquila, al contrario que la mía que poco a poco se vuelve irregular. Y casi puedo oír mi pulso, alterado, rebotar contra mi cuello. ¿Él lo oiría? Pone una mano debajo de mi barbilla, alzando mi cabeza para que pueda encontrar sus ojos. Quiere que le mire, pero yo no estoy segura de lo que puede encontrar en mis ojos. Ni lo que quiero que encuentre. Cada parte de mi cuerpo que ha tocado, está ardiendo. La pierna, la cara, la mano pegada a su mano. Moriré por combustión espontánea como siga así. ¿Por qué está haciendo esto?
Como impulsada por un resorte me levanto, poniendo distancia. Él me mira extrañado, dolido. Compungido. No soporto tanta tensión visual.
- Me gustaría leerte la mente – digo, sentándome de nuevo, en la otra punta del sillón, alejada. Miro por la ventana, con aire ausente.
- Sólo te vas a encontrar a ti – contesta como si fuera la cosa más obvia del mundo – o por lo menos lo que he imaginado de ti. Sin embargo, yo sí que quiero saber qué estás pensando.
- Estaba pensando… - sueno bastante más ausente que antes - ¿a dónde tenía que ir yo antes de encontrarme contigo? – quizás la pregunta iba sólo para mí. Él se movió, y yo volví en mí. Me rodeó la cintura con el brazo, abrazándome por detrás. Pegó su pecho a mi espalda y los labios a mi cabeza. Me dio un beso tierno, sobreprotector. Me habló suave y quedo al oído.
- Los grandes escritores insomnes por el café podrían hablar largo y tendido de eso – los susurros hacían su voz más etérea, difícil de atrapar, sus labios me rozaban el cuello provocándome miles de escalofríos – pero te diré lo que Cortázar pensaba al respecto. – me intenté dar la vuelta para mirarle pero él no me dejó, es más me aferró más contra sí, en un abrazo urgente. Estaba expectante. Veía nuestro reflejo en el cristal de la ventana. Y me maravillaba de los bien que encajábamos abrazados.
- ¿Qué decía?
- Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.

jueves, 13 de junio de 2013

El momento previo (en general)

Consejos de vida II

¿Qué es tener 20 años?

Llevar vaqueros rotos, escuchar a Bruce muy alto, beber cerveza bien fría... y que no te importe que sea así.


domingo, 9 de junio de 2013

Al margen de los existencialismos



10 formas de vivir:

Consejos de una desesperada


Con demonios o sin ellos. A veces es necesario elegir la opción menos incorrecta. Enfrentarse uno por uno a esos demonios o aprender a convivir con ellos. Dedicado a… no sé, debería dedicármelo a mí misma a ver qué pasa.
Forma número uno: No se puede vivir tan apartado del mundo emocional exterior, cerrarse no es una posibilidad. Aunque en un primer momento nos sea la mejor opción. 
Solución: Busca la llave a ese candado/cerradura. ¿No hay explosivos plásticos que abren candados y cerraduras?

Forma número dos: Contención verbal, contingencia emocional. Solo es una vorágine de sensaciones perfecta y apretadísimamente ordenadas en una maleta a punto de salir. El más mínimo indicio de movimiento la hará estallar en mil pedazos y reventar los límites de la solidez de la conciencia humana. Solución: No llenes tanto la maleta y racionaliza tu dolor. Expulsarlo en medida estándar no es lo mismo que hacerlo en cantidades industriales.

Forma número tres: Defensas mentales y leucocitos anímicos. Suplemento de hierro en vena. ¿No habéis visto nunca ‘Erase una vez el cuerpo humano’? Alerta roja contra  la capacidad de autodestrucción metafísica. 
Solución: una buena dosis de hu(a)mor negro. Resultados obtenidos hasta el momento… Cero.

Forma número cuatro: Déficit de cariño. 
Solución: no sé, pero vivir rodeada de 80 gatos no entra dentro de mis expectativas. 

Forma número cinco: Teorías existenciales a la hora del desayuno. Nadie sabe hacia dónde vamos ni para qué estamos aquí. La mayoría de la gente no sabe ni qué va a hacer para comer mañana, así que no es bueno andar preocupándose de problemas vitales con el estómago vacío. 
Solución: Cómete los problema (con patatas) que tengan solución y los que no, simplemente hazlos a un lado (como yo con las espinacas). Todo está en la pirámide alimenticia-vital-emocional.

Forma número seis:Remember to let her into your heart, then you can start to make it better […] Don't carry the world upon your shoulders” canta ‘Hey, jude’. No importan las caídas, no importan las presiones, no importan los erros, los desaciertos, las malas decisiones. 
Solución: Levántate, sacúdete el polvo del camino y vuelve a empezar de nuevo. And again.

Forma número siete: Lugares peligrosos, terrenos inexplorados. Por donde siempre nos paseamos tú y yo hay cosas que decir. Ese tan temido “tú y yo”. 
Solución: no sé. A veces no saber –o no querer saber- es la mejor solución. O la única de la que dispongo.

Forma número ocho: Horas, minutos, segundos. El tiempo es la mejor distancia. El momento exacto en el que te animas y despegas de los abismos de tu encierro voluntario.  
Solución: Tacha los días del calendario que sonrías porque serán los que más vivas. Esa es una X que todos deberíamos marcar.

Forma número nueve: Control inútil. Nunca te quedes inmóvil, quieto, parado, absorto, perdido, vagando entre tus propias cavilaciones. Rara vez pensar de más ha servido para tomar el control de algo. 
Solución: descontrola la situación, sé la parte activa y pasiva de tus propias decisiones.

Forma número diez: Y cuando estés dispuesto a volver, allí estaré yo. Donde siempre solíamos olvidarnos.