lunes, 13 de noviembre de 2017

Tantas veces me he perdido...

Primero de todo, deberíamos empezar por buscar el botón de apagar los pensamientos. No de bajar el volumen o silenciarlo momentáneamente. No. De apagarlos. De buscar el silencio, la calma, la tranquilidad. De dejar el auto sabotaje y demás vicios autodestructivos. De dejar de pensar y pararte a ver qué quieres sentir. Porque esto va solo de ti. No va de los demás. Y da igual cuántas canciones pases en el reproductor y da igual que se te acaba el mundo andando, intentado despejarte, intentando olvidar que ya nada es como antes. La situación sigue siendo la misma.
Se acaba el baile, se apagan las luces, la gente se va y tú sigues ahí sin saber qué hacer. Parado en medio de la pista porque no puedes avanzar. ¿Te vas a casa? ¿Te quedas? ¿Te pierdes? Normalmente siempre acabamos más perdidos de lo que empezamos. Y dentro de ese desconcierto que es ir dando palos de ciego por la vida llega un momento en el que irremediablemente te das cuenta de que nada va a ser como pensabas, nada será como lo planeaste. No tienes el control y la capacidad para detener ese momento y sentarte a reflexionar. Volvemos al concurrido “todo pasa, nada permanece lo suficiente”. ¿Cuánto es lo suficiente? Y sigues creyendo que el siguiente baile será mejor, que no bailarás solo o que no te importará hacerlo. Y vuelves a perderte pero en ese momento ya no estás solo, hay algo muy doloroso contigo: las ilusiones deshechas. Es así. Es a lo que hemos venido. A rompernos las ilusiones. A pisotearlas. A pegarlas con pegamento y después volver a machacarlas. Hasta a pasarles un tractor por encima.  Vamos con ilusiones y esperanzas por la vida. Como si tú, simple mortal, estuvieras condenado a vagar por el mundo solo con tus ilusiones. Y después, estar condenado a que se rompan, se hagan pedazos delante de ti. Una a una, cada fragmento, cada astilla, cada milímetro como diría Lorca “¡Ay, qué lamento, qué fuego me sube por la cabeza! ¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!”. Y tú, sin el botón de apagar. Pobre iluso…
Y lo peor es cuando ya directamente dejas de sentir. Cuando toda tu capacidad de apreciar, sensibilizar o creer en algo se va a la mierda. Cuando todo te da igual. Cuando adoptas esa actitud como escudo, como coraza, como protección hacia los demás porque te has hecho tanto daño tú solo y te has dejado hacer tanto daño que lo único que te queda es esconderte mientras recoges los pedazos y os vais tú y tu nula capacidad para sobrevivir a donde nadie os pueda alcanzar. Es malvivir en un “estoy bien” permanente, con una risa cínica y una actitud de “ven, dime, que todo me resbala, que no vas a poder romperme porque ya estoy hecho pedazos”.
Porque esto no va de nuestros fracasos. Va de nuestra actitud ante las cosas, ante la vida, ante lo que pasa, ante lo que no pasa y ante lo que queremos que pase. Querer, desear, tener, esperar, creer, saber que no. Porque todo está lejos: las metas, las personas, los sentimientos, el mando de la tele, la contraseña del wifi… Nos pasamos la vida en caminos que no queremos transitar, con herramientas que no sabemos utilizar, con lo indispensable en la mochila y siempre sin batería… y no hablo del móvil.
¿Qué es lo que queremos? ¿Qué queremos de los demás? Y lo que es más importarte, ¿qué queremos de nosotros mismos?
¿Por qué siempre sentimos miedo? ¿Por qué no podemos simplemente apagar? ¿Por qué no podemos cambiar? ¿Por qué no podemos simplemente dejarlo pasar?

¿Qué nos queda cuando no nos queda nada? 

miércoles, 29 de marzo de 2017

Insomnio

Desde que tengo memoria he estudiado las palabras. Pero si son para hablar de lo que siento no me sale ninguna. Aunque tú no lo notes. En mi cabeza suena muy poético y me río. Aunque tú tampoco lo sepas.
Esa preocupación constante vuelve a mí.
El mañana.
¿Qué será de él?
¿Qué es en realidad?
¿Algún tipo de predicción extraña que nunca lograremos alcanzar?
Porque ¿qué es el futuro que aquello todo que toca convierte en pasado?
Derrochamos -sí, como si fuera un grifo abierto- tanto tiempo planeando cada detalle que, cuando llega, solo pasa.
Qué contradictorio que yo diga eso: "solo pasa". Ya lo dije antes. En otras palabras, en otros pensamientos - ahora quizás con un aire más taciturno, como si intentara agarrar la acepción de pasar como correr del tiempo-. Y  fueron como aire. Y se fue. Y como la brisa de primavera en esa calurosa noche estival en la que no puedes dormir, volvió.
Ha vuelto hoy. No sé para qué.