A la tercera semana de estudiar
oposiciones perdí la fe en todo lo que podía dar de mí. ¿Qué iba a ser yo sino
un comentario mal redactado y un tema donde las máximas de Grice vuelven a
estar equivocadas por enésima vez? ¿Qué iba a ser yo más allá de esquemas
inconexos y un soneto de Quevedo o un alma en oferta que nunca se vendió?
¿Quién iba a ser yo que ahora medía el tiempo en temas y no en momentos? ¿Por
qué ahora era una competidora, una opositora? Todo debía comenzar cambiando el
nombre de ese ridículo examen sobre cuestiones y conceptos que llevamos
trabajando y defendiendo desde antes de tener dientes de leche. Oposiciones,
oponer, oponerse. Oponerse a todo lo demás con tal de conseguir una plaza. A
veces, ese resultado deshumaniza a las persona. Podríamos empezar por llamarlo
“Intento”. Así podríamos decir:
- ¿Qué haces?
- Hago el Intento.
El intento de vivir mejor, el
intento de aprender más, el intento de conseguir un futuro mejor y deberíamos
crear un lugar en el que la cantidad de intentos que hayas experimentado mida
el conocimiento, la experiencia, la creatividad… y no al revés. Y no de por sí
darnos en las narices con un término bélico como “opositor” que bien podría
llamarse oponente o enemigo. Deberíamos ser intentadores. Si afrontamos este
paso desde otra perspectiva quizás podamos sobrellevarlo mejor. Intentadores
valientes que se enfrentan a no tener las cosas claras pero que lo intentan,
que no saben si esto será lo suyo pero
que lo intentan, que no tienen ni idea de cómo sorprender al tribunal pero que
lo intentan.
Y esa es otra. El tribunal. El
tribunal de justicia que yo me imagino con peluca blanca y toga negra, con una
mazo más grande que mi cabeza para aporrearme con ella al primer laísmo. La
mayoría entra en pánico al intentar encontrar la manera de destacar, de ser
único, de llevar una señal en la frente que diga “soy yo y no otro”. Y es que,
en vez de ser un tribunal así a secas, deberían llamarse “consejeros”.
Consejeros del saber que te escuchan dar lo mejor de ti - salvando el régimen de nervios comprensible-
y que, en vez de juzgarte, simplemente te hagan una serie de recomendaciones
con un sincero “inténtalo mejor el año que viene”. Porque a nadie le gusta
saber qué hace mal… Pero claro, supongo que a ellos tampoco les gusta el papel
de malos, aunque alguien tenga que hacerlo.
Desde el primer momento se nos
lleva de la mano por la arena del Coliseo de la vida, siguiendo unas huellas
que ya recorrieron muchos antes pero cuando esa mano desaparece y solo quedas
tú ante la arena piensas en por qué el resto del mundo se ha vuelto unos leones
y tú sigues siendo ese pececillo que se pierde entre la multitud. Ese pececillo
que no puede retener un tema de memoria pero que sabe en qué año se celebró el
I Congreso de Lingüística en La Haya, aquel pececillo que ignora a Quevedo –con
todo el respeto- para descomplicarse la gramática ella sola. Aquel pececillo
que entiende sus limitaciones y piensa las posibilidades de supervivencia en un
año que no se acaba… Un año que más que en vez de personas se nos trata como
penitentes, como presos de una cárcel con ración extra de apuntes. Donde no hay
fines de semanas, ni fiestas, ferias, puentes o vacaciones… ¿De verdad se cree
la gente que eso es sano? ¿Qué ese es el camino para llegar a conseguir algo en
la vida? Empollarte 72 temas, preparar una programación, hacer un comentario
sobre vete tú a saber qué rebuscado texto de la literatura española para optar
a 40 plazas entre 8000 candidatos… ¿Con qué ratio mides el resto de valores,
posibilidades e inteligencias de esas 8000 personas?
Pero no hablo más que me enciendo
y esta es solo la primera sesión de una filóloga renegada, ex doctoranda en
apuros y, ahora, Intentadora desprovista de fe.
Porque a mí me han soltado en la
arena y hay tantos caminos que me da miedo no saber a dónde tirar. ¿Y si El
Intento no es para mí? ¿Y si el Doctorado tampoco? ¿Y si termino siendo a los
30 una Bridget Jones de pueblo que no ha cotizado un euro en su vida? ¿Y todos
los lugares a los que quiero ir? ¿Todos los museos que quiero ver? ¿Todos los
cuadros que quiero pintar? ¿Todas las mañanas que quiero dormir y todas las
noches que quiero perder? Ahora están detrás de una montaña de 72 temas. Bueno
perdón, 63.
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