Seguías ahí. Incluso después de haberte ido, seguías ahí. Como un
recuerdo borroso e incompleto que regresa en el momento más inesperado, en el
menos necesitado. Regresas y yo te encuentro como una pluma, perdida, buscando
a su pájaro que no vuelve porque ya ha alzado el vuelo. Como una pluma
desorientada, sin rumbo preferente, que tiene miedo a caer en soledad.
Y ni siquiera preguntas si puedes pasar, si serás bienvenido otra vez. Sólo llegas y arremetes con todo lo que hay, llevándote la calma por delante -incluso a mí- y desmintiendo ser ese pajarillo indefenso que perdió las alas por alejarse, por adentrarse, por querer atravesar lo naranja del amanecer. Qué curioso fue, que tú, estúpido pajarillo, vuelvas a la jaula de la escapaste y juraste no volver, porque aquello a lo que llamaste "libertad" te ha arrancado hasta el último ápice de tu espíritu anarquista. Pero yo, estúpido pajarillo, no quiero que vuelvas. Llámame traidora, ahora soy yo la de la anarquía en el corazón.
Y ni siquiera preguntas si puedes pasar, si serás bienvenido otra vez. Sólo llegas y arremetes con todo lo que hay, llevándote la calma por delante -incluso a mí- y desmintiendo ser ese pajarillo indefenso que perdió las alas por alejarse, por adentrarse, por querer atravesar lo naranja del amanecer. Qué curioso fue, que tú, estúpido pajarillo, vuelvas a la jaula de la escapaste y juraste no volver, porque aquello a lo que llamaste "libertad" te ha arrancado hasta el último ápice de tu espíritu anarquista. Pero yo, estúpido pajarillo, no quiero que vuelvas. Llámame traidora, ahora soy yo la de la anarquía en el corazón.
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