viernes, 4 de abril de 2014

Te daré 19 días y 500 noches cada vez que te haga falta.



Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde.
(Gil de Biedma) 


El amor es un animal nocturno. 

Todo lo malo de nosotros salió aquellas noches y nos robó lo mejor de nosotros, apagándonos un poco más, arraigando todo lo malo bajo unas raíces invisibles – temidas raíces que, esperemos, no den fruto. Ya hay suficientes hijos de la ira-. 

Eran noches desprovistas de Morfeo, de amor – o quizás había más amor del que pensábamos y por eso llegábamos hasta el extremo de la autodestrucción frente al otro para que nos fiera tal y como éramos, con la esperanza de que se sintiera igual-  y otros fantasmas, que te pillan por sorpresa, con la guardia baja, que si supieran dirían que si es una broma, porque es lo que desean decir. Espalda contra espalda ya no sabemos qué decir cuando ya hemos dicho todo y no de la manera que hablan los amantes, sino con la manera que habla el alma, que sale cuando menos te lo esperas, sin calcular las consecuencias, sin medir las posibilidades de error, el tanto por ciento invisible de normalidad que se evapora cada vez que una lágrima tuya moja la almohada. Y se pierde por ahí.
Noches perdidas que no encuentran el inventario de días que quisimos pasar juntos – eso no venía en el catálogo. Nos quejamos al vendedor pero ya era tarde para las reclamaciones. Quizás aguantaríamos la tormenta… - en las que el eco perdura en la memoria de la cama y resuena, haciéndola fría, extraña. Y el eco de esas noches vacías donde aparece la bestia de ese animal nocturno es como la resaca del whisky barato de la barra del bar de la esquina. Atraviesan tu cabeza como la metralla extraviada de una bimba que no debió estallar – porque ninguno quería que estallara-. Memoria de la cama que olvida pero no perdona, hiriente, dispuesta a recordarte tu humillante humanidad en el peor momento.

Pero con la luz del día el animal se duerme y tú te mueves como un autómata, un poco sin saber qué decir o a dónde ir. Porque a dónde ir si no quieres ir a ningún otro sitio, a ningún otro sitio que no sea a buscar esas lágrimas que se te perdieron en la funda de la almohada y devolvértelas. Acunarte, quizás, entre mis brazos y decirte “tranquilo, estamos bien (puede que no lo parezca). No se lo dices aunque lo sientes y te quedas ahí parada. De repente, tienes que volver a la realidad porque el mundo no te espera. Y tienes que arrancar el cuerpo, gripado, cuyo motor suena desacompasado, no tum-tum… sino tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú…
Y te encuentro –aunque no estés conmigo.

Una vez pasada la primera ola de “voy a quedarme aquí tirada” olvido al animal nocturno de la noche y me concentro en no olvidar lo que me resuena dentro, lo que de verdad importa: tú, tú, tú, tú, tú…
Y seguirá ahí para recordarme que las noches nocturnas de animales nocturnos pueden llegar y volver como el huracán en medio del desierto. Pero pasan. Un paso adelante, dos atrás pero pasan. Porque no estamos muy acostumbrados y somos nuevos en esto de intentar querernos en cuarenta días. Porque quizás es solo el principio de demostrarnos que estamos aquí para ayer y mañana.



No hay comentarios:

Publicar un comentario